Por Héctor Plata
La historia de los pueblos se escribe no sólo con decisiones políticas o inversiones millonarias, sino también con ideas. Ideas nacidas de la gente, de su experiencia, de su visión colectiva sobre lo que debe ser el futuro. En este sentido, la reciente convocatoria al Concurso Nacional “República de Ideas 2025”, impulsado por el presidente Luis Abinader, es más que un certamen: es un acto de fe en la inteligencia ciudadana.
Por primera vez en mucho tiempo, se nos invita a todos —ciudadanos, migrantes, jóvenes, profesionales, estudiantes, campesinos, técnicos— a soñar con el país que queremos ver en 2036. No se trata de utopías abstractas, sino de propuestas concretas en tres ejes fundamentales para el desarrollo de cualquier nación que aspira a la prosperidad con equidad: educación, agroindustria y mipymes.
Es difícil exagerar la importancia de esta iniciativa. En una época donde la desconfianza en la política y las instituciones parece ganar terreno, este concurso ofrece una válvula de participación real y un llamado directo a quienes muchas veces sienten que su voz no cuenta. Al abrir las puertas a todos, incluso a extranjeros residentes, el Estado reconoce que el desarrollo no es exclusivo de una élite, sino una construcción compartida.
Los temas propuestos no son menores. El abandono escolar, por ejemplo, sigue siendo una herida abierta que compromete el futuro de miles de jóvenes. ¿Qué pasaría si surgen ideas innovadoras para vincular la escuela con la tecnología, el arte o el deporte? ¿Y si reimaginamos la educación rural con plataformas móviles o cooperativas comunitarias?
En la agroindustria, urge una transformación que dignifique al productor, impulse la tecnología agrícola, proteja el medio ambiente y reduzca la dependencia alimentaria. ¿Qué impide que surjan propuestas de agricultura inteligente, redes de acopio más eficientes o incentivos para jóvenes emprendedores del campo?
Y en cuanto a las mipymes, motor de más del 95% de los empleos del país, no podemos seguir viéndolas como entes marginales. Su acceso a financiamiento, su formalización y digitalización, y su integración en cadenas de valor podrían representar el salto económico más inclusivo de nuestra historia reciente.
“El futuro no se improvisa, se diseña”, dijo el presidente Abinader al lanzar este concurso. Tiene razón. Pero ese diseño no debe quedar en manos de unos pocos, sino en el pensamiento colectivo de una ciudadanía activa. Por eso, más allá de los atractivos premios, lo más valioso de esta iniciativa es el acto democrático que la sostiene.
La República Dominicana de 2036 será el reflejo de las decisiones que tomemos hoy. Participar en este concurso es ejercer la ciudadanía desde la creatividad, la propuesta y la esperanza. Tenemos una oportunidad histórica de escribir ideas que se conviertan en políticas públicas, en proyectos transformadores, en modelos que inspiren a generaciones.
Ahora nos toca a nosotros responder con visión, compromiso y pasión por el país.
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