Por Aníbal de Castro. Casi siempre el dilema es falso. No es la razón o la fuerza: la fuerza otorga derecho a la razón. Charles de Gaulle, que entendía el mundo con la frialdad de los estadistas históricos, apostó temprano por una Francia nuclear. La force de frappe era el acto fundacional de una soberanía real, para nada un capricho tecnológico ni una aventura militar. Francia, con su arsenal atómico, se sentó a la mesa de los grandes no por su retórica diplomática, sino por su capacidad de destrucción. Los hechos lo han confirmado con brutal elocuencia. El selecto P5 del Consejo de Seguridad de la ONU no está integrado por los más virtuosos ni por los más justos, sino por los que poseen armas nucleares. La arquitectura internacional, tan adornada de discursos humanistas, descansa en último término sobre la amenaza de aniquilación recíproca. La legalidad se discute; la capacidad de disuasión, en cambio, se impone. Israel ofrece hoy una versión contemporánea de esa misma ló...
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